lunes, 22 de noviembre de 2010

Jesús

La visión se inicia con un escenario de colores variados, donde el negro tiene primacía; de pronto, como sí fuera un rayo, el blanco comienza a invadir su territorio. Es un amplio espectro el que cubre el negro, pero el blanco no se amilana. Aprovechando la lucha entre ellos, el rojo comienza a apoderarse del campo.

El rojo se ha impuesto y comienza a tomar forma, es la de una hoguera ardiendo; el negro se presenta, entonces la hoguera arde en medio de una noche muy negra. Pero el café viene al rescate en forma de una enorme montaña, cubierta por un débil verde, representando por la hierba que viste la montaña. Al pie de la montaña está un abismo, el color azul-grisáceo que de él procede, no me deja ver qué tan profundo es este abismo.

En la tercera repetición de estas imágenes por mi mente, los colores blanco, negro y azul, han tomado forma de líneas paralelas, que brillante y a toda velocidad -una velocidad aún no vista por mí- se dirigen a algún punto de algún lugar desconocido.

El punto está allí, pero cubierto por una oscuridad absoluta, no se ve nada, el negro es concreto, duro, impenetrable; pero el blanco, otra vez lo penetra, dividiéndolo por la mitad y llevando algo de luz a esa oscuridad endemoniada.

Esa luz solo alumbra al centro de la oscuridad, el resto está cubierto por el negro; pero su presencia me da en mi tiempo presente tranquilidad y confianza para continuar viendo las imágenes en mi mente. Y en mi mente ahora en el mismo punto donde la luz alumbra en medio de la oscuridad, están unos hombres vestidos de blanco. Creo que son cuatro, son barbados y rubios.

La imagen que de una esquina de ese lugar asoma, quita toda la atención que estoy prestando a esos hombres. Es una figura que ya he visto en otras regresiones, pero que igual, me parece única y eterna. Es Jesús.

En la siguiente repetición de las imágenes, Jesús tiene un rictus de dolor en el rostro. En mi tiempo presente, ese dolor me llega al corazón, respiro profundo. Las ropas de Jesús están sucias, hay algo de sangre. Es que Jesús tiene una enorme cruz en sus espaldas y sus piernas están débiles, muy débiles... Cae y el negro arrasa con su presencia y también con la luz que lo protegía.

Es la décima repetición de las mismas imágenes. Jesús está ahora con las ropas limpias, demasiado blancas y brillantes. Su rostro tiene ahora el semblante del ser más poderoso del infinito, pero no hay arrogancia en él. Con lentitud, como si tuviera todo el tiempo del universo, abre sus brazos hasta que éstos quedan en la posición de la que se tiene cuando los católicos rezamos el Padre Nuestro.

Cuando abrió sus brazos, emergió de esta acción un blanco que borró toda señal del negro. Yo sigo allí, pero no me veo. No importa, porque de pronto, él levanta su mirada y sus ojos se fijan en mios. !Dios mio nunca ví un ser más hermoso en toda mi existencia!

Bien, amigos, espero que esta experiencia les ilumine también a ustedes para encontrar en su interior el poder de la Fe que es lo que realmente significa esta regresión.

No se olviden que en Amazon está mi libro "Stella, la vida después de la muerte", que recoge las experiencias de todo un año de regresiones, efectuadas en el 2006.

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Hasta la próxima semana... Un beso.





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