miércoles, 8 de septiembre de 2010

El Conejo

Es hermoso, robusto, blanco, parece que está en una montaña corriendo en competencia consigo mismo porque no tiene contrincante, al menos no que yo lo vea, su forma de correr es extraña está dando la vuelta a la montaña una y otra vez, me sorprende que no suba, ni baje y siga corriendo horizontalmente. De pronto una pregunta: ¿por qué corro? Este pensamento me detiene y por primera vez en mi existencia me detengo a ver a mi alrededor. La hierba, fresca y verde se alza por doquier. Es comida y hay abundantemente, para mí, mis hijos y al menos una generación más por venir. Entonces ¿por qué corro? ¿para qué?

Cuando me percato de la inutilidad de mi carrera, me relajo y comienzo a dar voltaretas por la hierba fresca. Otra vez experimento como si fuera mi primera ocasión, el placer que es tener la humedad de la hierba en la piel. Y sigo retozando y disfrutando. Ya para ¿qué? correr.

Cuando retorno a tiempo presente de esta regresión, es un día no registrado del 2006. Ese día tenía que acudir a la misa de mi entonces jefe, el hombre más rico y poderoso del Ecuador. Cuando terminó el acto religioso, yo -al igual que el centenar de gerentes y directores de sus empresas- hacemos fila para saludarlo. La expresión de su rostro no variaba mucho entre uno y otro saludo, los gerentes salían contentos con tan poca muestra de su agradecimiento, pero yo sí percibí cierto rechazo hacia todos nosotros.

Y ese rechazo me hizo ligar cabos con la regresión de El Conejo y le pude dar una interpretación. El conejo blanco era yo en ese tiempo y su carrera inútil significaba todos los esfuerzos que hacía a diario en la revista por mejorarla, por sacarla adelante, recibiendo a cambio la displicencia y creo la burla secreta del círculo íntimo del jefe.

Como el Conejo de un tiempo acá me había relajado porque había comprendido que daba igual chana que juana, esto es, igual daba hacer esfuerzos en la revista, que no hacer ninguno. La clave secreta para tener contento al jefe no era la calidad del trabajo sino la adulación. Y yo de un tiempo atrás, ya había aprendido a adular, un poco, no tanto como el círculo íntimo, pero algún día podría alcanzarlos.

Sin embargo, la regresión de El Conejo me hizo comprender que internamente no me encontraba conforme. Había algo que clamaba mayor dignidad y menos interés por la comida.